Críticos del Decrecimiento.
Carlos Taibo.
El proyecto de decrecimiento, que reclama reducciones significativas en los niveles de producción y de consumo en el Norte opulento, suscita críticas. Éstas son tan legítimas como necesarias.
La mayoría de las críticas no llegan del discurso oficial, que se desentiende de lo que considera una propuesta fuera del mundo. Llegan más bien de determinados segmentos de lo que llamaré la izquierda, en el buen entendido de que, las más de las veces optan por cuestionar el decrecimiento como un todo, sin entrar en una consideración precisa de sus propuestas y fundamentos intelectuales.
Como si estimasen que el proyecto es tan lamentable que se descalificaría por sí solo. Pueden reducirse a dos las críticas que se han ido formulando.
La primera vendría a decirnos que el del decrecimiento es un horizonte mental concebido para apaciguar la mala conciencia de clases medias aposentadas. Sin negar que algo de ello pueda haber en determinadas modulaciones del discurso del decrecimiento, conviene no confundir la parte con el todo. Muchos seguimos pensando que sigue siendo prioridad mayor fundir lo más lúcido que aporta el movimiento obrero de siempre con la irrupción inexorable de nuevas cuestiones, y entre ellas las vinculadas con la certificación de que los límites medioambientales y de recursos del planeta configuran un problema principal.
En la trastienda está una disputa que colea desde hace decenios: la retirada del proletariado como sujeto revolucionario y, con ella, la confusión de muchos de sus integrantes con las clases medias, circunstancia que enrarece el escenario en el que esta crítica está concebida. No nos regocijamos con el retroceso revolucionario del proletariado: nos limitamos a reseñar lo que es una triste realidad.
La segunda de las críticas señala que el decrecimiento es un proyecto reformista que aleja el horizonte de la insurrección revolucionaria. Conviene oponer algunos argumentos. El principal: no hay ningún motivo para separar decrecimiento e insurrección. Los partidarios de esta última también han de preguntarse por las reglas del juego que el modelo crecimentalista abrazado de siempre por el capitalismo ha instituido.
Tal y como va el planeta, no podemos permitirnos el desliz de no formular la pregunta relativa a qué hay que producir el día después de la insurrección. El insurrecionalismo debe ser también decrecimentalista, no vaya a acabar por traducirse en el olvido de elementos centrales de contestación del capitalismo, riesgo muy frecuente en determinado lenguaje inflado de soflamas revolucionarias.
Hay que fortalecer la dimensión anticapitalista de la propuesta decrecimentalista, como hay que subrayar que el cuestionamiento del orden de propiedad del capitalismo –la defensa, por decirlo claro, de una propiedad colectiva socializada y autogestionada– debe acompañarse de medidas que cancelen la ilusión de que podemos seguir creciendo de forma indiscriminada.
Existe el riesgo de que el del decrecimiento sea uno más de los proyectos que el capitalismo ha engullido. Debemos evitar que ese posible engullimiento se haga realidad. El decrecimiento es parte de un programa más general: solo, no configura ninguna respuesta a nuestros problemas.
Cualquier proyecto anticapitalista en el Norte desarrollado tiene que ser decrecimentalista, autogestionario y antipatriarcal.
noviembre 24, 2009 at 8:31 am
Mi propio resumen. Orientarse hacia el decrecimiento, compartir de forma autogestionaria ese movimiento colectivo e ignorar a los profetas barbudos (que sin darse cuenta vienen a uniformar lo que es tan espontaneo e inabarcable como la vida). ¡hombres!
noviembre 24, 2009 at 9:48 am
No se pierde nada por consultar con Luis Andrés. (Mejor incluso: con Emilio). Sus talleres decrecimentalistas hicieron historia en el Guadiato.
noviembre 24, 2009 at 12:39 pm
Totalmente de acuerdo Señor Dinio, Emilio ecce homo provoca el decrecimiento nada más verlo.
noviembre 24, 2009 at 11:40 pm
Lo malo de este profeta barbudo es que encontrará seguidores, a lo Forrest Gump, el pobre idiota que llegó a arrastrar multitudes tras de sí, sin siquiera saber el mismo adonde iba.
Pretender que la gente normal, que ha accedido a unas ciertas cuotas de bienestar, lo que incluye un cierto grado de consumo (alimentación, vacaciones, coches,…), y no digo clases aburgesada ni riquiña, renuncie voluntariamente a todo ello porque así se les haya ocurrido a unos sicópatas paranoides, resulta patéticamente ridículo.
Lo inteligente sería discurrir una metodología que proporcionase bienestar para todos, no un decrecimiento útopico de unos para remediar las miserias de otros. Lo primero merecería el Premio Nobel; lo segundo, en el mejor de los casos, la crucifixión (ya existen antecedentes).
Crecimiento es lo inteligente; decrecimiento es de tarados mentales.
noviembre 24, 2009 at 3:40 pm
Yo soy más del Mineralismo, pues observo más compatibilidades con el crecimiento indefinido del carril-BICICLETA. El Milenarismo se basa en el libro del Apocalipsis («revelación»), atribuido a San Juan, uno de los doce apóstoles de Jesucristo, que se calcula escrito hacia el año 90 dC. Específicamente, toma literalmente el capítulo 20 de este libro profético en el que se dice que el diablo permanecerá encarcelado en el abismo por mil años. Apocalipsis 20:4-5 dice que en ese tiempo, Cristo volverá y reinará junto a los mártires («los que habían sido decapitados a causa del testimonio de Jesús y de la Palabra de Dios») y aquellos «que no habían adorado a la bestia». El diablo será liberado «por un breve tiempo» al finalizar ese período. Levantará contra Cristo las naciones de Gog y Magog y marchará por toda la tierra hasta rodear el campamento de los santos. Entonces, caerá fuego del cielo y los consumirá. El diablo será arrojado a un estanque de azufre junto al «falso profeta» y «la Bestia». A continuación, ocurrirá el «Juicio de las Naciones» o Juicio Universal: todos los muertos resucitarán y comparecerán frente a Cristo, quien los juzgará «según sus acciones». Los que no estén en El Libro de la Vida serán arrojados también al estanque de fuego, lugar que indica una destrucción eterna.
La Bestia no debe identificarse con el Diablo. Las referencias a ella en el Apocalisis son varias y es posible que aludieran al emperador romano, aunque la identificación con el demonio tampoco es caprichosa. En este capítulo, de hecho la Bestia yace junto al diablo en el fuego.
Estos pasajes, especialmente complejos, proporcionan sin embargo una fecha precisa, que la Iglesia se inclina hoy por interpretar simbólicamente como «un lapso muy prolongado». Los milenaristas calcularon esos mil años de distinta manera, pero siempre literalmente.
Polémica cristiana [editar]La idea de un milenio bajo el reinado de Cristo en la Tierra formó parte importante de la teología de los tres primeros siglos del cristianismo. Desde el siglo II varios polemistas enfrentaron las tesis de los montanistas y otros creyentes que esperaban un rápido advenimiento del Milenio y refutaron a quienes querían hacer cálculos sobre cuándo llegaría esa edad, en la forma que posteriormente lo haría San Agustín, el autor de «La Ciudad de Dios», recordando que Cristo había tenido el cuidado de no favorecer fechas precisas sobre su segunda llegada cuando dijo: «En cuanto a ese día o a esa hora, nadie la conoce, ni los Ángeles del cielo ni el Hijo, sino sólo mi Padre», en el llamado sermón escatológico del Evangelio de Mateo 24:36. La forma en que consideraban el milenio el gnóstico Cerinto, Papías, Justino e Ireneo de Lyon y otros escritores de los primeros siglos del cristianismo, tienen como punto de partida el libro de Apocalipsis, pero también declaraciones milenaristas que se encuentran en los escritos de Pedro y de Pablo, así como en el Padrenuestro: «Venga Tu Reino», esto es, a la Tierra, para que aquí se haga Su voluntad, como se hace en el cielo. (Mateo 6.).
Eusebio de Cesarea no era partidario del Milenio. Aparentemente esa opinión antimilenarista suya fue la que influyó en la forma en que trata a los milenaristas, entre los cuales también hubo gnósticos, a pesar de que en general los gnósticos fueron los primeros en abominar de la sola idea de un reinado de Cristo sobre la Tierra.
Por ejemplo, leemos a Eusebio de Cesarea en Historia Eclesiástica III, 28: «Esta es la doctrina que enseñaba Cerinto: el reino de Cristo será terrenal. Y como amaba el cuerpo y era del todo carnal, imaginaba que iba a encontrar aquellas satisfacciones a las que anhelaba, las del vientre y del bajo vientre, es decir del comer, del beber, del matrimonio: en medio de fiestas, sacrificios e inmolaciones de víctimas sagradas, mediante lo cual intentó hacer más aceptables tales tesis».
La alusión al «falso mesías» en el Apocalipsis fue interpretada como señal de que antes del Juicio Final aparecerá un personaje así, también llamado Anticristo, lo que por otra parte es predicado por Jesús en el Evangelio de Mateo. Esto movió a identificar al falso mesías con diversos gobernantes y Papas. Para el reformador Martín Lutero, por ejemplo, el Anticristo era sin duda el Papa. A través de toda la Edad Media, escritores eclesiásticos intentaron interpretar el pasaje en el que San Juan menciona el milenio.
Pese a la condena extraoficial con carácter de oficial para muchos, aun en 1790, año en que el jesuita chileno Manuel Lacunza culminó en Imola su obra La venida del Mesías en Gloria y Majestad, persistía el milenarismo como una corriente marginal y esporádica en el seno de la Iglesia Católica. El libro de Lacunza, en todo caso, fue incluido en el Index Librorum Prohibitorum ( el listado de libros prohibidos por la Inquisición).
La realidad es que la Iglesia católica nunca ha condenado el milenarismo, debido a que así creían los santos Padres de la antigüedad, no solamente Papías de Hierápolis,sino también, entre otros, Justino Mártir, Policarpo, y el insigne Ireneo de Lyon. Condenar el milenarismo equivaldría a condenar a una incontable nube de testigos de los primeros siglos y a echar por tierra el mismísimo concepto de la sucesión apostólica, ya que todos los primeros obispos cristianos eran milenaristas, como lo prueba el propio Lacunza en su obra al tratar in extenso de la historia de esta doctrina.
Prescindiendo del número mil, y por extensión, comenzó a llamarse milenaristas a los movimientos religiosos que ponen énfasis en el regreso de Cristo, la fundación de la Nueva Jerusalén (la ciudad de los justos) y el castigo a los pecadores.
Pervivencia del milenarismo [editar]En la Edad Media y la Edad Moderna algunos frailes se presentaron como profetas que anticipaban la nueva llegada del Salvador, con lo que el milenarismo se hizo mesiánico, sobre todo al aproximarse el fin del primer milenio histórico después del nacimiento de Cristo. La tendencia mesiánica atravesó la llegada del primer milenio. En el siglo XIV, Dolcino de Novara encabezó un movimiento llamado milenarista, del que él era su profeta. Ya en la Edad Moderna, el dominico Girolamo Savonarola, antes de ser quemado en la hoguera en 1498, proclamó que anunciaba a Florencia la Nueva Jerusalén.
Así como la caída del Imperio Bizantino mereció interpretaciones milenaristas en ese siglo, también el descubrimiento de América movió a muchos espíritus a entender el acontecimiento como un signo de la llegada de los tiempos profetizados por San Juan. El monje dominicano Francisco de la Cruz, condenado a la hoguera en 1578, predicó el traslado del Papa a Lima, la Nueva Jerusalén; él mismo se llamó el «tercer David» y proclamó la espera de un «Tercer Testamento». En plena Era Moderna, muchos siguieron ocupándose de la interpretación del Apocalipsis. El propio Isaac Newton, el descubridor de la ley de gravedad, escribió sobre la antigua profecía e hizo cálculos acerca del cumplimiento de sus plazos.
En 1595, se publicaron las Profecías de San Malaquías, supuestamente datadas en el siglo XII, que han adquirido un carácter apocalíptico fijando una fecha aproximada del fin del mundo a través de una lista de Papas. Dado que esta profecía determina una fecha próxima para tal suceso (después del actual Papa, Benedicto XVI, quedarían, según las diferentes interpretaciones, sólo uno o dos sumos pontífices hasta el fin del mundo), han adquirido gran popularidad recientemente.
Las ideas del fin de los tiempos, de la Nueva Jerusalén y la de los elegidos que reinarán junto a Jesús fueron centrales en iglesias protestantes que se establecieron en Norteamérica. La sectarización de algunos de estos grupos, sobre todo por basarse en la idea de los elegidos, los aisló de sus comunidades y redujo su influencia. En cambio, otras iglesias milenaristas, como la de los anabaptistas, llegaron a ser populares.
Durante el siglo XX algunas iglesias evangélicas fundamentalistas articularon una visión milenarista, con una concepción sobre el Rapto para preservar a los creyentes antes de los acontecimientos finales y la proximidad del regreso de Cristo, revelada de acuerdo con sus interpretaciones, por el restablecimiento del estado de Israel.
noviembre 25, 2009 at 9:17 am
Lo que no recuerdo bien es si Emilio estaba operado de fimosis. Creo que no.
noviembre 25, 2009 at 10:04 am
Pues no se si estamos refiriéndonos al mismo Emilio, pero si es que si, de lo que se operó fue de unas pertinaces y abultadas almorranas originadas por su desmedida afición a la bicicleta.
noviembre 25, 2009 at 1:33 pm
… su desmedida afición a la bicicleta y a otros placeres contranatura.
noviembre 25, 2009 at 3:37 pm
Desde que le permitieron conducir el coche de empresa no se le ve por el carril-BICICLEEETA. Y es que todos los Emilios son iguales.
noviembre 25, 2009 at 1:17 pm
El Emilio del que yo hablo es la síntesis entre la corporeidad más absoluta y una ensaimada. Aunque a veces pienso que todos los Emilios son el Mismo, así como todos los seres humanos somos hermanos y un mismo Cuerpo en Cristo Jesús. Por cierto, que si Cristo hubiese vivido en nuestra época, sería tal vez probable que montara en bicicleta, y que su entrada en Jerusalén la hubiera hecho en dicho artilugio, y no en una burra. Imaginar a Dios dándole a los pedales me produce una rara sensación. Y si lo hiciera por un carril-bici, la sensación se me convierte en un pleonasmo alarmante.
Me quedo con Emilio viéndolo comer un bocadillo de atún con tomate.
noviembre 25, 2009 at 4:07 pm
¡Oh, cielos! No le proveamos de ideas a Doña Raquel pues, como las haga suyas, pretenderá modificar el Paso de la Borriquita por tan apabullante estampa bicicletera. Los niños del séquito, en bicicletas con ruedines y en triciclos los más pequeños.
Si esta pleonásmica ensoñación onírica tomase cuerpo, la Semana Santa sordobesa desbancaría a la sevillana.
Todo por Córdoba 2016. Amén
noviembre 25, 2009 at 3:42 pm
Para Rasputín y Alpargata:
Nos os olvideis de que hemos quedado este fin de semana para ir a pegar carteles contra el Cambio Climático.
Nos vemos.
noviembre 25, 2009 at 3:57 pm
¿Contra el Cambio Climático? ¡Coño! Estaba en la creencia de que esta semana tocaba Contra la Caída de Gordos Meteoritos.
Bueno, pues vale. Pero yo tan solo me haré cargo de zonas de fácil accceso en coche, porque tengo la biciburra enferma (no se qué de los piños) desde que se la presté a «La Raquel».
noviembre 25, 2009 at 4:11 pm
No, hombre. Esa es dentro de tres semanas, después de la de Todos Contra la Guerra.
noviembre 26, 2009 at 7:14 am
La estupidez del Lobanillas no tiene límite. Se contesta así mismo, y sigue en su cruzada personal. Pues sigue, que te quedan tres telediarios.
noviembre 26, 2009 at 7:33 am
A mi no me acuses que el primero que metió con Emilio fuiste tu.
noviembre 26, 2009 at 2:52 pm
Lobanillas, no te mosquees, que este Antonio Q. no sabe con quienes se juega los cuartos.
noviembre 26, 2009 at 7:53 am
El que ríe el último ríe mejor, tenlo en cuenta. Y al loro, que acabas de caer de nuevo.
noviembre 26, 2009 at 9:00 am
Bastante tienes con haber metido a Emilio en esto.Deja el loro en paz.
noviembre 26, 2009 at 2:45 pm
No se por que alguno de los comentaristas le suponen al tal Carlos Taibo facultades proféticas. Si prófeta es la persona que hace predicciones por inspiración divina o de quien sea, don Carlos, a todas luces no lo es. El «decrecimiento» ya lo tenemos bien instalado, aquí y ahora. Y la experiencia de los millones de parados y las miserias que conlleva ya las estamos padeciendo en buen número de familias. Que este «profeta» venda la idea de que para arreglar el desaguisado hay que «decrecer», no deja de sorprender a cualquier mente ligeramente racional. Aunque, como ya sabemos, todos los «profertas», por cretinos que sean, encuentran una grey de gente más acretinada que ellos mismos.
noviembre 27, 2009 at 6:58 am
Pues es poco cosas conozco que sean más racionales que decrecer.
El cambio de rumbo de esta vorágine sinsentido que olvida los límites finitos del planeta, pasa por conceptos como el decrecimiento, la autogestión, la justicia social y y la sosteniblidad.
Si eres tan cretino como para no comprender que vivimos en un mundo con recursos finitos pues…
noviembre 27, 2009 at 1:05 pm
Pues aplícate el cuento y «decrece» perdiendo los kilos que tienes de más, porque en la «afotito» de hoy se te ve algo excesivo y poco sostenible (¡pobre biciburra!).
noviembre 27, 2009 at 1:13 pm
En su concepción original, la sostenibilidad tuvo la virtud de decirnos que teníamos que cuidar el medio ambiente y la cohesión social. Actualmente, la sostenibilidad se ha convertido en un calificativo multidisciplinar, en un latiguillo, que se añade absolutamente a todo y, al final, no significa nada.
noviembre 27, 2009 at 2:19 pm
Bueno Gerardo, sigues sin responder:
¿ cómo conciliarás tus ambiciones sindicales, es decir, las de CCOO con tus anhelos de decrecimiento?
noviembre 27, 2009 at 11:23 am
Estimado Gerardo,
Espero que, como líder coherente del movimiento hacia un nuevo orden, utilices tu representación sindical para defender desde CCOO un decrecimiento anual de sueldos de un 5% (mejor del 6,1%). Si no lo haces verás que eres mal representante sindical o que el rollo del decrecimiento no te lo crees ni tu
noviembre 27, 2009 at 11:29 am
Gerardo tienes que hacerle una introducción al decrecimieto a Ecogordo pues hace comentarios sin saber nada del decrecimiento.
noviembre 27, 2009 at 12:42 pm
No te molestes , Gerardo, tu a tus memeces, ya se la hago yo, aunque creo que Ecogordo no lo necesita 🙂
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El concepto de «decrecimiento» nace como contestación al concepto de crecimiento económico y su herramienta principal de medida: el PIB. Sus defensores opinan que el PIB no es una medida correcta para evaluar el crecimiento de una sociedad, pues tan sólo tiene en cuenta el aumento de la producción y la venta de bienes y servicios sin tener en cuenta el bienestar, la salud de los ecosistemas y los desequilibrios climáticos. Así, esta ideología prefiere emplear otros índices de desarrollo alternativos como el Indicador de Desarrollo Humano, el Índice de Desempeño Ambiental o la Huella Ecológica.
Los partidarios del decrecimiento afirman que el crecimiento económico se opone a los « valores humanos».
La teoría enunciada por Nicholas Georgescu-Roegen sobre la bioeconomía en su obra «The Entropy law and the Economic Process (1971)» forma parte de los cimientos del decrecimiento, así como las críticas a la industrialización, en los años 1950, 60 y 70, de Günther Anders (La obsolescencia del hombre, 1956), Hannah Arendt (Condición del hombre moderno, 1958) o del Club de Roma, principalmente a través del Informe Meadows de 1972 que tiene como título en castellano «Los límites del crecimiento» o la crítica de Iván Illich en «La convivencialidad (1973)».
noviembre 27, 2009 at 3:39 pm
Agudo, ¡ tú si que sabes!